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martes, 26 de junio de 2012

Arte moribundo



“El rey Burgués” es un cuento de Rubén Darío que se encuentra dentro del libro denominado “Azul”. Este texto fue lanzado en Valparaíso en 1888 en medio de un turbulento proceso de cambios tanto históricos como intelectuales centrados en Latinoamérica.

La historia trata sobre un rey coleccionista, que poseía infinidad de objetos y seres a los que él atribuía valor artístico, además de esto poseía un inmenso palacio dotado de exóticas maravillas y características inigualables. En el palacio, el rey se encontraba siempre rodeado por sus súbditos y expertos en arte, filosofía, baile, etc. Era así como el éste pasaba monótonamente sus días, hasta que llevaron ante él a un personaje totalmente desconocido, un poeta.

Nuestro cuento nos habla sobre la lucha del hombre contra la sociedad, esta lucha se ve representada por el conflicto existente entre el rey y el poeta que respectivamente simbolizan a la sociedad pomposa y aristocrática y al hombre del pueblo que debe luchar constantemente para conseguir el pan de cada día.
En el cuento “El rey Burgués” nos encontramos con una clásica disyuntiva presente tanto en la vida cotidiana como en variadas obras literarias, con esto me refiero a que muchas veces se genera la problemática de no saber qué es lo que realmente importa; si la riqueza y en general todo lo material o lo sublime[1] e inmaterial, lo que no podemos medir ni pesar. A lo largo de la obra esta idea se va desarrollando por medio de los personajes, por un lado tenemos al  rey, que es un personaje orgulloso, acaparador por excelencia que gusta de las reglas y la rutina, es un monarca gozoso de opulencia y sin embargo, carente de todo sentido artístico o estético. Por otro lado, tenemos al poeta, personaje pobre, pero  desbordante de luz, belleza y esperanzas de encontrar un “ideal” en el porvenir.

Cuando el rey y el poeta son puestos en contraposición es que el conflicto comienza a desencadenarse: “Un día le llevaron una rara especie de hombre ante su trono, donde se hallaba rodeado de cortesanos, de retóricos y de maestros de equitación y de baile”. El rey desconocía totalmente a este “tipo” de hombre, pues no tenía ninguna semejanza con él mismo, ni con los seres que lo rodeaban en la corte, este hombre era muy diferente a todo lo que él conocía, era un individuo de espíritu libre, virtuoso por naturaleza, talentoso y totalmente ajeno de las reglas y los estereotipos. El poeta[2], nace poeta y se va forjando a través de las enseñanzas de la naturaleza y la vida, el poeta no necesita de maestros, pues embellece el mundo por medio del verso y de la palabra que habita en su alma, el poeta no necesita de oro o diamantes, no requiere de abrigos aterciopelados o zapatos lustrosos de charol, pues su riqueza reside en su modo de ver el mundo, en la manera de seguir adelante sin dejarse corromper por la avaricia o la ambición. Esto se demuestra cuando el poeta dice al rey:

¡Señor, el arte no está en los fríos envoltorios de mármol, ni en los cuadros lamidos, ni en el excelente señor Ohnet! ¡Señor! El arte no viste pantalones, ni habla en burgués, ni pone los puntos en todas las íes. Él es augusto, tiene mantos de oro o de llamas, o anda desnudo, y amasa la greda con fiebre, y pinta con luz, y es opulento, y da golpes de ala como las águilas, o zarpazos como los leones. Señor, entre un Apolo y un ganso, preferid el Apolo, aunque el uno sea de tierra cocida y el otro de marfil”.[3]

Para el rey nada de esto tiene sentido alguno, pues solo se deja cautivar por lo que puede poseer, lo que puede ver y tocar y agregar a su deshumanizada colección; mujeres, aves, pinturas, esculturas, lacayos, animales, todo pierde su sentido al caer en sus manos porque es como un niño que adquiere juguetes para sentirse mejor y sin embargo, va perdiendo el interés en ellos al ir adquiriendo juguetes nuevos,  todo lo pasado queda abandonado y olvidado en cualquier sombrío rincón. Y es lo que finalmente ocurre con nuestro poeta, ya que el rey, siguiendo la idea insidiosa del filósofo lo condena a dar cuerda  a una caja musical ubicada en uno de sus tantos jardines. Fue así como el rey pudo acallar el ímpetu del poeta, encadenándolo hasta el final de sus días en una actividad monótona y carente de novedad, pues dicha “actividad”  no permitía al poeta generar creación alguna y solo logró hundirlo lentamente en la desesperanza y la miseria totalmente opuesta a su luminosa naturaleza: “…Y llegó el invierno, y el pobre sintió frío en el cuerpo y en el alma. Y su cerebro estaba como petrificado, y los grandes himnos estaban en el olvido, y el poeta de la montaña coronada de águilas, no era sino un pobre diablo que daba vueltas al manubrio…”

La muerte fue lo único que pudo calmar la desolación de aquel “pobre” poeta, lo único que pudo hacerlo volver a sus cimientos, ya que a final de cuentas la naturaleza no entristece: “…al día siguiente, lo hallaron el rey y sus cortesanos, al pobre diablo de poeta, como gorrión que mata el hielo, con una sonrisa amarga en los labios…”

A modo de conclusión solo nos queda decir que la muerte fue la victoria del poeta por sobre los deseos del rey, ya que ese fue el modo en que éste pudo librar su alma del tirano, viajando hacia los confines de la eternidad donde ya nadie podría atarle las alas, ni mucho menos las ideas; transportándose a una dimensión donde la libertad es la esencia que conecta todo.

Valentina Medina



[1]Esta línea de lo sublime fue desarrollada por el idealismo alemán con Immanuel Kant, que señala en “Lo Bello y lo sublime”  la Crítica del Juicio del Gusto según sus percepciones:"El sentimiento de lo sublime es, pues, un sentimiento de displacer debido a la inadecuación de la imaginación en la estimación estética de magnitudes respecto a la estimación por la razón, y a la vez un placer despertado con tal ocasión precisamente por la concordancia de este juicio sobre la inadecuación de la más grande potencia sensible con ideas de la razón, en la medida en que el esfuerzo dirigido hacia éstas es, empero, ley para nosotros.", http://es.wikipedia.org/wiki/Sublime, 21 de junio, 2012.
[2] El poeta representa al hombre diferente que no es parte de la hogeneización, al hombre que va siendo devorado por la autonomización y la modernización, al hombre que prefiere una tempestad antes que una locomotora. Julio Rama, Desencuentros de la modernidad en América Latina, Pág. 8 y 10, editorial Tierra Firme.
[3] Cfr., en “El rey burgués” de Rubén Darío en “Azul”,

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