“El rey Burgués” es un cuento de Rubén Darío que se encuentra dentro del
libro denominado “Azul”. Este texto fue lanzado en Valparaíso en 1888 en medio
de un turbulento proceso de cambios tanto históricos como intelectuales
centrados en Latinoamérica.
La historia trata sobre un rey
coleccionista, que poseía infinidad de objetos y seres a los que él atribuía
valor artístico, además de esto poseía un inmenso palacio dotado de exóticas
maravillas y características inigualables. En el palacio, el rey se encontraba
siempre rodeado por sus súbditos y expertos en arte, filosofía, baile, etc. Era
así como el éste pasaba monótonamente sus días, hasta que llevaron ante él a un
personaje totalmente desconocido, un poeta.
Nuestro cuento nos habla sobre la
lucha del hombre contra la sociedad, esta lucha se ve representada por el
conflicto existente entre el rey y el poeta que respectivamente simbolizan a la
sociedad pomposa y aristocrática y al hombre del pueblo que debe luchar
constantemente para conseguir el pan de cada día.
En el cuento “El rey Burgués” nos
encontramos con una clásica disyuntiva presente tanto en la vida cotidiana como
en variadas obras literarias, con esto me refiero a que muchas veces se genera
la problemática de no saber qué es lo que realmente importa; si la riqueza y en
general todo lo material o lo sublime[1]
e inmaterial, lo que no podemos medir ni pesar. A lo largo de la obra esta idea
se va desarrollando por medio de los personajes, por un lado tenemos al rey, que es un personaje orgulloso,
acaparador por excelencia que gusta de las reglas y la rutina, es un monarca
gozoso de opulencia y sin embargo, carente de todo sentido artístico o
estético. Por otro lado, tenemos al poeta, personaje pobre, pero desbordante de luz, belleza y esperanzas de
encontrar un “ideal” en el porvenir.
Cuando el rey y el poeta son puestos en contraposición
es que el conflicto comienza a desencadenarse: “Un día le
llevaron una rara especie de hombre ante su trono, donde se hallaba rodeado de
cortesanos, de retóricos y de maestros de equitación y de baile”. El rey
desconocía totalmente a este “tipo” de hombre, pues no tenía ninguna semejanza
con él mismo, ni con los seres que lo rodeaban en la corte, este hombre era muy
diferente a todo lo que él conocía, era un individuo de espíritu libre,
virtuoso por naturaleza, talentoso y totalmente ajeno de las reglas y los
estereotipos. El poeta[2],
nace poeta y se va forjando a través de las enseñanzas de la naturaleza y la
vida, el poeta no necesita de maestros, pues embellece el mundo por medio del
verso y de la palabra que habita en su alma, el poeta no necesita de oro o
diamantes, no requiere de abrigos aterciopelados o zapatos lustrosos de charol,
pues su riqueza reside en su modo de ver el mundo, en la manera de seguir
adelante sin dejarse corromper por la avaricia o la ambición. Esto se demuestra
cuando el poeta dice al rey:
“¡Señor,
el arte no está en los fríos envoltorios de mármol, ni en los cuadros lamidos,
ni en el excelente señor Ohnet! ¡Señor! El arte no viste pantalones, ni habla
en burgués, ni pone los puntos en todas las íes. Él es augusto, tiene mantos de
oro o de llamas, o anda desnudo, y amasa la greda con fiebre, y pinta con luz,
y es opulento, y da golpes de ala como las águilas, o zarpazos como los leones.
Señor, entre un Apolo y un ganso, preferid el Apolo, aunque el uno sea de
tierra cocida y el otro de marfil”.[3]
Para el rey nada de esto
tiene sentido alguno, pues solo se deja cautivar por lo que puede poseer, lo
que puede ver y tocar y agregar a su deshumanizada colección; mujeres, aves,
pinturas, esculturas, lacayos, animales, todo pierde su sentido al caer en sus
manos porque es como un niño que adquiere juguetes para sentirse mejor y sin
embargo, va perdiendo el interés en ellos al ir adquiriendo juguetes nuevos, todo lo pasado queda abandonado y olvidado en
cualquier sombrío rincón. Y es lo que finalmente ocurre con nuestro poeta, ya
que el rey, siguiendo la idea insidiosa del filósofo lo condena a dar
cuerda a una caja musical ubicada en uno
de sus tantos jardines. Fue así como el rey pudo acallar el ímpetu del poeta,
encadenándolo hasta el final de sus días en una actividad monótona y carente de
novedad, pues dicha “actividad” no
permitía al poeta generar creación alguna y solo logró hundirlo lentamente en
la desesperanza y la miseria totalmente opuesta a su luminosa naturaleza: “…Y
llegó el invierno, y el pobre sintió frío en el cuerpo y en el alma. Y su
cerebro estaba como petrificado, y los grandes himnos estaban en el olvido, y
el poeta de la montaña coronada de águilas, no era sino un pobre diablo que
daba vueltas al manubrio…”
La muerte fue lo único que pudo
calmar la desolación de aquel “pobre” poeta, lo único que pudo hacerlo volver a
sus cimientos, ya que a final de cuentas la naturaleza no entristece: “…al día
siguiente, lo hallaron el rey y sus cortesanos, al pobre diablo de poeta, como
gorrión que mata el hielo, con una sonrisa amarga en los labios…”
A modo de conclusión solo nos
queda decir que la muerte fue la victoria del poeta por sobre los deseos del
rey, ya que ese fue el modo en que éste pudo librar su alma del tirano,
viajando hacia los confines de la eternidad donde ya nadie podría atarle las
alas, ni mucho menos las ideas; transportándose a una dimensión donde la
libertad es la esencia que conecta todo.
Valentina Medina
[1]Esta línea de
lo sublime fue desarrollada por el idealismo alemán con Immanuel Kant, que
señala en “Lo Bello y lo sublime” la Crítica del Juicio del
Gusto según sus percepciones:"El sentimiento de lo sublime es, pues, un
sentimiento de displacer debido a la inadecuación de la imaginación en la
estimación estética de magnitudes respecto a la estimación por la razón, y a la
vez un placer despertado con tal ocasión precisamente por la concordancia de
este juicio sobre la inadecuación de la más grande potencia sensible con ideas
de la razón, en la medida en que el esfuerzo dirigido hacia éstas es, empero,
ley para nosotros.", http://es.wikipedia.org/wiki/Sublime, 21 de junio, 2012.
[2] El poeta representa al hombre
diferente que no es parte de la hogeneización, al hombre que va siendo devorado
por la autonomización y la modernización, al hombre que prefiere una tempestad
antes que una locomotora. Julio Rama, Desencuentros de la modernidad en América
Latina, Pág. 8 y 10, editorial Tierra Firme.
[3] Cfr., en “El rey burgués” de Rubén
Darío en “Azul”,
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