
Andersen nació en
el seno de una familia muy pobre, su padre fue zapatero y murió cuando él tenía
aproximadamente once años, quedando solo con su madre que era una lavandera y
asumida protestante. No es secreto que un escritor transmite en sus obras
pequeñas partículas de él, ya sea explícita o implícitamente.
Justamente, es el trabajo del lector apreciar las pistas que el autor
detalla en su obra como pequeñas pinceladas de nostalgia, tristezas o alegrías.
En este cuento, podemos ver, gracias a ciertos códigos, la propia
realidad de Andersen.
En el
primer párrafo el narrador nos dice: “Junto a la verde muralla que se extiende
alrededor de Copenhague, se levanta una gran casa roja con muchas ventanas, en
las que crecen balsaminas y árboles de ámbar. El exterior es de aspecto mísero,
y en ella viven gentes pobres y viejas. Es Vartou.”
En este párrafo,
que da comienzo al cuento, se detalla la vivienda de personas de edad avanzada
y pobres. Como se señala posteriormente, la mayoría de los niños no utilizaban
zapatos, aquí vemos la clara unión de una realidad no tan distante para Andersen,
con la literatura como recurso que se abastece de la historia y de las
vivencias de cada autor.
Este cuento
muestra lo que aconteció o acontece durante una guerra, la pérdida de un amor
de juventud, quizás en la Primera
Batalla de Copenhague o tal vez en la Segunda Batalla, cuando la
flota británica atacó “la muralla verde” sin razón aparente. La inocencia de
niños que desconocen la triste suerte de sus antepasados, que ignoran las
leyendas o el delicado límite entre ellas y la realidad. Tal vez ignoran
su más cercano destino; batallar para defender su nación.
Tomando las palabras del sociólogo Durkheim, una guerra, una batalla, es
un hecho social[1],
el hecho social de Vartou. Escogí a Émile porque al igual que Andersen, nació
en un contexto inestable, aunque no económico, sí político, que fue lo que
ocasionó su preocupación, debido a la inestabilidad en el poder interno Francés
y a la derrota en la Guerra Franco-Prusiana. Si bien Andersen nació (en Odense)
antes que Durkheim, de igual manera se desarrolló en un contexto poco
favorable, rodeado de pobreza y con el fantasma de la muerte en la capital de
su país, invadida entonces por británicos.
Sin
duda, Hans entrega una muestra de realismo asombroso, que muchas veces esconde
una gran crítica social; crítica enfocada a los prejuicios y las costumbres que
menosprecian la naturaleza de personas pobres o diferentes, de niños que viven
en la miseria. Esto se ve ligado claramente a la coacción que
detalla Durkheim, que en términos simples es la que poco a poco se encarga de
darle vida a nuestras costumbres. Señala que si bien, muchas veces la
coacción no es violenta, siempre está presente. “Si yo no me someto a las
convenciones del mundo, si al vestirme no tengo en cuenta los usos vigentes
dentro de mi país y de mi clase, la risa que provoco, el alejamiento en el que se me mantiene,
producen, aunque en forma más atenuada, los mismos efectos que un castigo propiamente
dicho.”
Es tan fuerte la
cotidianidad que detalla Andersen en su cuento, que es evidente la existencia
de un cuerpo social inestable, sumergido en un tránsito
social y en un claro peligro de dispersión, ligado según
Durkheim a una solidaridad con dimensión moderna,
o en otras palabras, una solidaridad orgánica, donde no existen
vínculos colectivos, sino una alta individualización social, que, como señala este
teórico y como los hechos lo respaldan (en este caso) es el mayor facilitador
del ataque de una sociedad más cohesionada.
La asimilación
que se realiza al leer “Desde una ventana de Vartou” (dependiendo de las referencias
que posea el receptor), nos lleva, desde la historia de alguna vecina que
Christian pudo tener durante los años que vivió en Copenhague, hasta alguna
suerte de historia que se contaba en los barrios, tras la Primera Batalla de
Copenhague o quizás de la Segunda Batalla de Copenhague.
Al leer esta
obra, vemos la literatura como un ente altamente imaginario, pero, sin duda,
altamente nutrido de la historia, en este caso particular, de los conflictos
bélicos en los que Dinamarca (en ese entonces unido con Noruega) se encontró
involucrado.
Claramente Durkheim
no fue el primero en referirse al “principio
de causalidad”, pues con mucha anterioridad los grandes místicos y
espiritualistas del universo le llamaron ley de causa y efecto o karma. Émile
Durkheim plantea algo interesante; la “ley
de causalidad ha sido verificada en los otros reinos de la
naturaleza, y progresivamente ha extendido su imperio del mundo
fisicoquímico al mundo biológico, y de éste al mundo psicológico” señala
que “estamos en el derecho de admitir que esta ley es igualmente cierta en
el mundo social; y es posible añadir hoy que
las investigaciones emprendidas sobre la base de este postulado tienden a
confirmarla”, pero ¿realmente es así? Lamentablemente los conflictos entre países
son algo natural (sobre todo en sociedades poco cohesionadas), y al contrario
de lo que buscaba Durkheim (y de lo que podríamos desear nosotros, como
habitantes de este planeta), no siguen su desarrollo sin tropiezos, un ejemplo literal se aprecia en
este cuento; la anciana deja en claro
que su historia volverá a suceder, los
jóvenes no conocerán el amor verdadero, deberán marchar una y otra vez hacia un
destino nefasto, para morir defendiendo absurdas y en muchos casos ajenas
convicciones, que no serán ninguna ayuda para el desarrollo sociedad, económico o moral. La interrogante es, si el
principio de causalidad es un “postulado confirmado”, qué es lo que han
hecho niños inocentes, para recibir las
consecuencias de desastres que algunos llaman batallas épicas. Cómo pueden
merecer una vida miserable sin siquiera poder hablar, qué es lo que los hacen
acreedores de la discriminación y la falta de oportunidades ¿dónde está la
causalidad de la injusticia?
Andersen fue un
hombre polifacético, escribió poemarios, cartas, libretos de ópera, sin
embargo, fue la magia de sus
cuentos, lo que lo llevó a la popularidad, quizás no solo por sus hadas,
sus murallas verdes o sus patitos, quizás porque la singularidad que poseía su
obra, de llevar conciencia a través de la entretención, fue lo que necesitaba
el alma del dañado cuerpo de la sociedad, tal vez pedía a gritos un momento
para reflexionar, pues, como se señala en Las reglas del método
sociológico: “en efecto, la reflexión es anterior a la ciencia…”
[1] “Un orden de hechos
que presentan caracteres muy especiales: consisten en formas de obrar, pensar y
sentir, exteriores al individuo y están dotados de un poder de coacción en
virtud del cual se le imponen”. DURKHEIM, É. Las reglas del método sociológico,
editorial Colofón S.A, México, 2004, pág. 29
Por Yaritza Echeverría
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