La ventana

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jueves, 3 de mayo de 2012

Un conflicto bélico desde los ojos de Vartou.




Andersen nació en el seno de una familia muy pobre, su padre fue zapatero y murió cuando él tenía aproximadamente once años, quedando solo con su madre que era una lavandera y asumida protestante. No es secreto que un escritor transmite en sus obras pequeñas  partículas de él, ya sea explícita o implícitamente. Justamente,  es el trabajo del lector apreciar las pistas que el autor detalla en su obra como pequeñas pinceladas de nostalgia, tristezas o alegrías.  En este cuento, podemos ver, gracias a ciertos códigos, la propia realidad de Andersen.
 En el primer párrafo el narrador nos dice: “Junto a la verde muralla que se extiende alrededor de Copenhague, se levanta una gran casa roja con muchas ventanas, en las que crecen balsaminas y árboles de ámbar. El exterior es de aspecto mísero, y en ella viven gentes pobres y viejas. Es Vartou.”
En este párrafo, que da comienzo al cuento, se detalla la vivienda de personas de edad avanzada y pobres. Como se señala posteriormente, la mayoría de los niños no utilizaban zapatos, aquí vemos la clara unión de una realidad no tan distante para Andersen, con la literatura como recurso que se abastece de la historia y de las vivencias de cada autor.
Este cuento muestra lo que aconteció o acontece durante una guerra, la pérdida de un amor de juventud, quizás en la Primera Batalla de Copenhague o tal vez en la Segunda Batalla, cuando la flota británica atacó “la muralla verde” sin razón aparente. La inocencia de niños que desconocen la triste suerte de sus antepasados, que ignoran las leyendas  o el delicado límite entre ellas y la realidad. Tal vez ignoran su más cercano destino; batallar para defender su nación.
Tomando las palabras del sociólogo Durkheim, una guerra, una batalla, es un hecho social[1], el hecho social de Vartou. Escogí a Émile porque al igual que Andersen, nació en un contexto inestable, aunque no económico, sí político, que fue lo que ocasionó su preocupación, debido a la inestabilidad en el poder interno Francés y a la derrota en la Guerra Franco-Prusiana. Si bien Andersen nació (en Odense) antes que Durkheim, de igual manera se desarrolló en un contexto poco favorable, rodeado de pobreza y con el fantasma de la muerte en la capital de su país, invadida entonces por británicos. 
                Sin duda, Hans entrega una muestra de realismo asombroso, que muchas veces esconde una gran crítica social; crítica enfocada a los prejuicios y las costumbres que menosprecian la naturaleza de personas pobres o diferentes, de niños que viven en la miseria. Esto se ve ligado claramente a la coacción que detalla Durkheim, que en términos simples es la que poco a poco se encarga de darle vida a  nuestras costumbres. Señala que si bien, muchas veces la coacción no es violenta, siempre está presente. “Si yo no me someto a las convenciones del mundo, si al vestirme no tengo en cuenta los usos vigentes dentro de mi país y de mi clase, la risa que provoco, el alejamiento en el que se me mantiene, producen, aunque en forma más atenuada, los mismos efectos que un castigo propiamente dicho.”
Es tan fuerte la cotidianidad que detalla Andersen en su cuento, que es evidente la existencia de un cuerpo social inestable, sumergido en un tránsito social y en un claro peligro de dispersión, ligado según Durkheim a una solidaridad con dimensión moderna, o en otras palabras, una solidaridad orgánica, donde no existen vínculos colectivos, sino una alta individualización social, que, como señala este teórico y como los hechos lo respaldan (en este caso) es el mayor facilitador del  ataque de una sociedad más cohesionada.
La asimilación que se realiza al leer “Desde una ventana de Vartou” (dependiendo de las referencias que posea el receptor), nos lleva, desde la historia de alguna vecina que Christian pudo tener durante los años que vivió en Copenhague, hasta alguna suerte de historia que se contaba en los barrios, tras la Primera Batalla de Copenhague o quizás de la Segunda Batalla de Copenhague.
Al leer esta obra, vemos la literatura como un ente altamente imaginario, pero, sin duda, altamente nutrido de la historia, en este caso particular, de los conflictos bélicos en los que Dinamarca (en ese entonces unido con Noruega) se encontró involucrado.
Claramente Durkheim no fue el primero en referirse al “principio de causalidad”, pues con mucha anterioridad los grandes místicos y espiritualistas del universo le llamaron ley de causa y efecto o karma. Émile Durkheim plantea algo interesante; la “ley de causalidad  ha sido verificada en los otros reinos de la naturaleza, y progresivamente  ha extendido su imperio del mundo fisicoquímico al mundo biológico, y de éste al mundo psicológico”  señala que “estamos en el derecho de admitir que esta ley es igualmente cierta en el mundo social; y es posible añadir hoy que las investigaciones emprendidas sobre la base de este postulado tienden a confirmarla”, pero ¿realmente es así? Lamentablemente los conflictos entre países son algo natural (sobre todo en sociedades poco cohesionadas), y al contrario de lo que buscaba Durkheim (y de lo que podríamos desear nosotros, como habitantes de este planeta), no siguen su desarrollo  sin tropiezos, un ejemplo literal se aprecia en este cuento;  la anciana deja en claro que su historia  volverá a suceder, los jóvenes no conocerán el amor verdadero, deberán marchar una y otra vez hacia un destino nefasto, para morir defendiendo absurdas y en muchos casos ajenas convicciones, que no serán ninguna ayuda para el desarrollo sociedad,  económico o moral. La interrogante es, si el principio de causalidad es un “postulado confirmado”,  qué es lo que han hecho  niños inocentes, para recibir las consecuencias de desastres que algunos llaman batallas épicas. Cómo pueden merecer una vida miserable sin siquiera poder hablar, qué es lo que los hacen acreedores de la discriminación y la falta de oportunidades ¿dónde está la causalidad de la injusticia?
Andersen fue un hombre polifacético, escribió poemarios, cartas, libretos de ópera, sin embargo, fue la magia de  sus cuentos,  lo que lo llevó a la popularidad, quizás no solo por sus hadas, sus murallas verdes o sus patitos, quizás porque la singularidad que poseía su obra, de llevar conciencia a través de la entretención, fue lo que necesitaba el alma del dañado cuerpo de la sociedad, tal vez pedía a gritos un momento para reflexionar, pues, como se señala en Las reglas del método sociológico: “en efecto, la reflexión es anterior a la ciencia…”


[1]Un orden de hechos que presentan caracteres muy especiales: consisten en formas de obrar, pensar y sentir, exteriores al individuo y están dotados de un poder de coacción en virtud del cual se le imponen”. DURKHEIM, É. Las reglas del método sociológico, editorial Colofón S.A, México, 2004, pág. 29

 

Por Yaritza Echeverría

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