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sábado, 14 de julio de 2012

Para qué quieres versos…?


José Asunción Silva fue un poeta colombiano. Nació en Bogotá, en 1865. Es considerado el iniciador del modernismo hispanoamericano. Fue un niño prodigio. A los 2 años sabía leer, escribir y pintar. Su prosa fue influenciada por Rafael Pombo, Jorge Isaac y, muy especialmente, por el poema El Cuervo de el norteamericano Edgar Allan Poe.
El poema seleccionado corresponde a la colección “Obras Completas”, publicado en 1979, el cual fue construido con testimonios de María Mercedes Carranza, Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis. Pertenece a la sección de “Poemas atribuidos a Silva”, por lo cual el origen y la fecha exacta de su creación siguen siendo materia de estudio.


Ni crear a la rosa ni hacerla florecer.

Para qué quieres versos…? De José Asunción Silva, es un poema corto, fiel reflejo del modernismo vivido en Hispanoamérica. Por un lado, es fiel reflejo de la prosa creada hasta entonces; pero por otro, no le canta a lo bello y lo sublime, no hace florecer a la rosa, no crea la rosa, no se refiere a la belleza de la belleza.
Es un poema con melodía: versos impares que poseen la misma combinación de sílabas tónicas y versos pares que también poseen ritmo a causa de otra combinación de sílabas tónicas. Es decir, José Asunción Silva, como la gran mayoría de los escritores del siglo XIX, se rige por el modelo de los poetas europeos. Sin embargo, busca hacer una renovación del estilo al crear un “anticanto” a la poesía. Ya desde el título vemos la posición tajante en contra de la tradición. Es, más bien, una “traición a la tradición”, pues se niega a elogia a la causa o musa de su obra y dice que en ella misma encontrará “raudales de poesía”. Desprestigia su propio talento escribiendo “vayan mis pobres versos”, “mis estrofas oscuras que nada dicen”. José Asunción Silva nos da a entender que ya está todo escrito, que ya no es necesario seguir elogiando a la mujer ni a la rosa ni al cisne ni a nada de que fue o haya sido causa de canto alguno. Ya la musa no necesita reconocimientos. Con todos los versos creados y escritos para ella, ha llegado el momento en que la fuente de inspiración, la musa de la poesía, se convierta en la poesía misma. El canto y el amor han sido tanto que ahora ella es su propio canto. La rosa ya fue creada, la rosa ya ha florecido, la rosa ya se marchitó y ahora es la rosa la esencia misma de la rosa. No hay nada más que hacer.
Para qué quieres versos…? es tan modernista como no lo es. Se aproxima a la prosa española, pero desde ahí destruye toda creación sublime y/o divina “mejor que los cantos de vagos temas/ una boca rosada que sonría”; mejor que cualquier poesía es la propia causa de la poesía.
José Asunción Silva no nos presenta una temática exactamente clara, es un tanto ambigua. El poeta va más allá de lo obvio y de lo lógico. Dice preferir un cuento antes que una elegía, pues ya existen diluvios de poesía.

Camila Torres.

viernes, 13 de julio de 2012

El amor imperfecto


José  Manuel González Prada es sin lugar a dudas uno de los más destacados escritores y ensayistas peruanos, considerado un gran exponente del realismo de este país, además de ser reconocido por sus innovaciones poéticas. A pesar de pertenecer al círculo de la burguesía del Perú, desde joven se definió como un político de ideología anarquista y luchó incansablemente contra la corrupción del sistema; además fundó el grupo literario denominado Unión Nacional y publicó diversos ensayos y artículos en los que coloca de manifiesto su crítica hacia lo político, religioso e indígena.
En el poema “Al amor”, soneto que forma parte del libro Minúsculas, publicado en 1901, el autor Manuel González Prada nos expresa en sus versos[1]:


“Si eres nieve, ¿por qué tus vivas llamas?
Si eres llama, ¿por qué tu hielo inerte?
Si eres sombra, ¿por qué la luz derramas?”


Podemos contemplar un amor distinto, no es el amor idealizado, pasivo y romántico, sino un amor fuerte, crítico y rebelde; lleno de interrogantes y contradicciones, esto es lo que hace del poema una obra interesante.
Desde mi perspectiva, la obra se relaciona con su conciencia y amor por su tierra, sus orígenes, puesto que él es un gran exponente de la “cultura de la resistencia” propuesta por la crítica cultural Marta Traba y sostenida por Julio Ramos, José Martí y Ángel Rama; todos ellos con un fuerte deseo de recuperar nuevamente la identidad indígena y latinoamericana. Marta Traba nos dice que: “los artistas que corresponden a la cultura de la resistencia se separan de uno y otro peligro: rechazaron la modernización refleja como una forma de impostura, pero se sirvieron de los materiales lingüísticos modernos que se conocieron a través de ella”[2]. Estos teóricos sentían molestia por el ataque europeo contra nosotros.
“Al amor” es un texto diferente a sus demás obras, pues las otras son el vivo espíritu de su crítica y este poema es totalmente incomparable, ya que nos hace sentir una pasión, un binarismo, en torno a lo que uno piensa que es el amor.
González Prada nos hace ver el amor imperfecto, lo bueno y lo malo, llama y fuego, sombra y luz; un cuchillo de doble filo. Nos destapa la venda de los ojos y nos deleita con este poema en que nos desnuda frente a la nueva concepción del amor: el amor imperfecto.
¿Para amar, hay que sufrir?, interrogantes que Prada nos confirma o nos deja como un mensaje en nuestra conciencia. Es así como él trata, con este texto, de dejarnos este mensaje para que como lectores seamos capaces de reflexionar sobre temas tan profundos como el amor.
La crítica que se le ha hecho a este escritor es que incurrió en la copia de la poesía culta española, envidiado por muchos por pertenecer a una elite como nuestro poeta Vicente Huidobro. Esto no quiere decir que su afán por la literatura sea una parte más de su ocio, pero la verdad es que en sus obras él intenta cambiar la percepción de la literatura latinoamericana y resistir a la cultura europea. Así, intenta de buena manera abrazar nuevamente a nuestra tierra y nuestras raíces.
“Al amor” me hace surgir esta pasión y rebeldía por defender nuestra Pachamama.




Dayana Castro O.


[1] Poema Al amor, José Manuel González Prada. Poemasde.net. Disponible en: http://www.poemasde.net/el-amor-manuel-gonzalez-prada/, 13 de julio, 2012.
[2] Marta Traba, La Cultura de la Resistencia, en “Literatura y Praxis en América Latina”, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1974, pág. 6.

El hechicero del Ande.

Franz Tamayo o “el hechicero del Ande” es considerado una de las figuras más importantes de la literatura y cultura boliviana de la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, a pesar de ser una figura intelectual destacada, gran parte de su obra literaria es desconocida, debido a la falta de divulgación y reedición de sus escritos.
Durante su niñez y juventud pasó varias temporadas estudiando en Francia y Reino Unido y se graduó como abogado en la Universidad de San Andrés, todo esto gracias a que era hijo de padre diplomático. Además de poeta también fue un importante político en su país.
Fundó el Partido Radical hasta que este se fusionó con los conservadores en la década de 1920. Al interior de este partido fue elegido diputado y constantemente ocupó cargos de relevancia como los de presidente de la Cámara, delegado de la Sociedad de Naciones y Ministro de Relaciones Exteriores. En 1935, durante la guerra del Chaco, fue elegido presidente puesto que nunca ocupó debido a que antes de asumir el cargo se llevó a cabo el golpe militar dirigido por José Luis Tejada Sorzano.
La actividad política no le impidió desarrollar su faceta de periodista y poeta; dirigió el periódico “El hombre libre” y fundó “El fígaro”, medios en los que también publicó varios de sus escritos y se defendió públicamente de algunos críticos y escritores que escribían en contra de de él en otros diarios. Dentro de su obra poética se destacan Las Odas; Proverbios sobre el arte, la vida y la ciencia; Nuevos proverbios; Los nuevos rubayat; Scherzos y Epigramas griegos.
Esto comprueba lo que dice Ángel Rama acerca de las clases que ocupan el poder en la ciudad que se iba modernizando al señalar:”A las [clases] ya existentes en la administración, las instituciones públicas y la política, se agregaron las provenientes del rápido crecimiento de tres sectores que absorbieron numerosos intelectuales, estableciendo una demanda constante de nuevos reclutas: la educación, el periodismo y la diplomacia. Solo la segunda pareció disponer de un espacio ajeno al contralor del estado aunque salvo los grandes diarios y revistas ilustradas, la mayoría de los órganos periodísticos, que siguieron siendo dominantemente políticos como era ya la tradición romántica, retribuyeron servicios mediante puestos públicos, de tal modo que las expectativas autónomas del periodismo se transformaron en vías de acceso al Congreso o a la Administración del Estado”.[1]
Tamayo es considerado el mayor representante del modernismo de su país, destacando como esteta y espléndido versificador modernista dotado de un inmenso talento. Su poesía utiliza un vocabulario lleno de finos matices, está repleta de símbolos y es equiparable a la de los mejores poetas de la lengua y a pesar de que el alma de este poeta nos muestra un espectáculo fuertemente influenciado por el helenismo, siempre mantiene el perfil vigoroso de una personalidad arraigada en el corazón de su país. Ayudando a generar “la autonomía poética de la América española [que deseaba Darío] como parte del proceso general de libertad continental, lo que significaba [y contribuiría a] establecer un orbe cultural propio que pudiera oponerse al español materno, con una implícita aceptación de la participación de esta nueva literatura en el conglomerado mayor de la civilización europea, que tenía sus raíces en el mundo grecolatino.”[2]  No debemos olvidar que según algunos críticos recién en el modernismo la literatura latinoamericana toma fuerza como una literatura con identidad propia, y se acerca más a lo netamente latinoamericano aunque siempre con ciertas influencias.
A continuación revisaremos algunos poemas de los libros “Odas”  y “Scherzos” en los cuales se aprecia una visión elevada acerca de lo latinoamericano, y quizás en este sentido a pesar de ser un escritor del modernismo se aleja un poco de lo que propone Darío cuando “afirma la impostergable necesidad de volver por los fueros de una específica creación poética”[3]  señalando lo siguiente: “Pues no se tenía en toda la América española como fin y objeto poéticos más que la celebración de la glorias criollas, los hechos de la independencia y la naturaleza americana: Un eterno canto a Junín, una inacabable oda a la agricultura de la zona tórrida, y décimas patrióticas.”[4] Siendo justamente esto último lo que más resalta en los siguientes poemas.
Atlas.
En minas de diamante
y ríos de oro,
amasó su tesoro
el rey atlante.
En sangre hespérica
lo que sorbió el océano
devuelve América[5]
En esta estrofa Tamayo le canta a la inmensa riqueza de América y la compara con todo el esplendor de la desaparecida Atlántida, transformando de esta forma nuestro continente en un oasis pleno de riquezas y maravillas, al igual que la mítica isla sumergida bajo el mar. De esta forma el poeta boliviano muestra que el nuevo mundo no tiene nada que envidiar a otros lugares del globo, y tal como dice Andrés Bello “el hechicero del Ande” nos muestra que:
“tiempo es que dejes ya la culta Europa
que tu nativa rustiquez desama,
y dirijas el vuelo a donde te abre
el mundo de Colón su grande escena.”[6]
“Siguiendo con el realce de lo latinoamericano en su oda de 1896 titulada “Manco Inca XIII”, Franz Tamayo idealizó al último Inca llegando a afirmar que consciente de la inevitable derrota en la batalla, el rey peruano buscaba en la muerte un placer y el reinicio del tiempo perdido, que los caídos en la guerra serían los verdaderos vencedores y que el declive histórico llegaría a ser, en verdad, un nuevo amanecer.”[7]
“Entraba a las batallas ignorante de todo;
pues él solo sabía que las iba a perder.
Y buscaba la lid sin esperanza, a modo
de hallar en la muerte un placer.
Así, él enumeraba por triunfos sus derrotas,
y juzgaba, en sus huestes rotas,
a cada muerto un vencedor.
Tal las almas sublimes creen que es, en su delirio,
la muerte un despertar, la gloria un gran martirio
y el crepúsculo un gran albor.”[8]
Por medio de este poema y de otras odas, Tamayo presenta la historia quizás a veces dicotómica de América porque así como en este caso muestra la valiente muerte del último inca a manos de los españoles, también tiene una oda titulada “El apostolado”, oda que escribe con el fin de ensalzar el nombre de Bartolomé de las Casas, apóstol dominico español, que ayudo en gran manera a los indígenas.
Volviendo a “Manco Inca XIII” si bien es cierto que en esta oda Tamayo omite que Manco Inca fue un servidor y casi una marioneta de Francisco Pizarro y que fue coronado gracias al apoyo de los españoles, sí realza las grandes hazañas del último inca gobernante. Este llevó el liderazgo de varios grupos étnicos, mantuvo sitiada por más de un año al Cuzco y reinstauró el culto al Sol; finalmente fue traicionado por un súbdito perteneciente a su misma raza.
De esta forma y con la magia del lenguaje este poeta da vida a su lírica histórica, cargada de sentimientos y realidad, así es como este periodista, político y poeta boliviano muestra los distintos matices que tuvo la conquista de América y su independencia, esta es la manera que nuestro mago de la palabra encontró para mostrarnos las traiciones y bajezas, las paradojas y todas las apreciaciones dicotómicas de la historia, donde quizás no sabemos quiénes son “los buenos” y “los malos”, pero  “que Tamayo… haga empleo de la lírica para expresar esa visión pueril de la historia, plagada de un maniqueísmo utópico, le otorga sin duda una licencia literaria”[9] y lo transforma en un inventor, recreador y verdadero “hechicero del Ande”.

Gabriel Soto San Martín.


[1] Véase Ángel Rama. “La ciudad letrada”, capítulo IV. , Editorial Arca, Montevideo, 1998, p. 62. Los corchetes fueron agregados.
[2] Véase Ángel Rama. “Rubén Darío y el modernismo”, Capítulo: “Inauguración de una época poética”, Editorial Alfadil Ediciones, Barcelona, 1985, p. 5. Los corchetes fueron agregados.
[3] Véase Ángel Rama. “Rubén Darío y el modernismo”, Ídem, p. 8.
[4] Véase Rubén Darío. “Historia de mis libros”, Obras completas, Editorial Afrodisio Aguado, Madrid, 1950, p. 206.
[5]  Véase Franz Tamayo. “Scherzos”, Editorial Juventud. La Paz, 1987, p. 279. 
[6] Véase Andrés Bello. “Alocución a la poesía”, Poesías. Editorial  Ministerio de educación, Caracas, 1952, p. 43.
[7] Véase Periódico mensual Pukara, Bolivia, Año 6, Número 69, 2012, p.11.
[8] Véase Franz Tamayo, “Odas, verso y prosa”. Editorial Juventud, La Paz, 1987, p. 94.
[9] Véase Periódico mensual Pukara, Ídem p.11.

Poesía social

Gertrudis Gómez de Avellaneda, llamada “Tula” (1814- 1873) es una poeta  que nace en Cuba, pero que a la edad de 22 años parte a España con su familia donde compone su poema “Al partir”, el que se publicaría en 1851; este poema es un soneto cuyo tema central es el viaje y donde el hablante lírico  saca a relucir todo el sentimiento de tristeza por abandonar su país de origen. Para esto recurre a un tópico literario como es el viaje, la guerra, entre otros.  Partiendo de esta temática quiero hacer una comparación con la canción “Para Elisa” de Los muertos de Cristo, banda española contemporánea que nació casi un siglo después de publicar este poema, y donde se habla de un viaje pero de una forma crítica, donde Elisa es una joven africana que sufre de una discriminación racial, configurando una condición de vida intolerable para el ser humano quien debe viajar obligadamente para poder optar por una vida digna. 
En la primera y la tercera estrofa de este soneto podemos ver que se siente una mayor cercanía del hablante en las palabras; en la segunda y la cuarta estrofa sube haciéndose más lejana. También se aprecia una estética sumamente cuidada al utilizar la metáfora constantemente, como por ejemplo, “perla de mar”, “estrella de occidente” “Dulce patria”, etc. aunque son expresiones gastadas y repetitivas por los poetas, son expresiones que llegan a los lectores, los conmueve, por ende, la poeta hace un cierto “abuso” de ellas. En contraste con esta manera de ver la poesía encontramos las palabras de Darío que dice: “Abandono de las ordenaciones usuales, de los clisés consuetudinarios; atención a la melodía interior, que contribuye al éxito de la expresión rítmica”[1]. En la canción Para Elisa se ve la poesía como parte de una cultura y no como una pertenencia a la tradición que se vio durante años, no se preocupa de hacer una poesía estéticamente aceptable para el público, sino que, una poesía donde se pueda traspasar problemáticas de nuestra tierra. Es aquí donde debo recurrir a las palabras de Rama: “la primera independencia poética de América que por él y los modernistas alcanza mayoría de edad respecto a la península madre, invirtiendo el signo colonial que regia la poesía hispanoamericana”[2]. También dice que: “todo poeta actual, admire a Darío o lo aborrezca, sabe que a partir de él hay una continuidad creadora, lo que ya puede llamarse una tradición propiamente española hasta romper con ella en la década del cuarenta, atreviéndose a un cotejo universal”[3]. Palabras que veo reflejadas en esta canción donde la poesía se ve por sí sola, sin tener que seguir una estructura rígida impuesta por un canon.
Otra cosa que llama mucho la atención en el soneto de Gómez es la expresión “chusma dirigente” que dentro de un poema tan estéticamente elaborado como este, pasa desapercibida en primera instancia, se encuentra casi oculta, y eso ocurre porque es una crítica negativa hacia un gobierno delicado en cuanto al tema social. De cierta manera es una forma de revelarse contra un sistema político que no va bien en los derechos humanos por su historia de Independencia. Bueno, en este tema “Al partir” concuerda un poco con la canción “Para Elisa” donde también se ve fuertemente una crítica social, política y de país en general. En este punto también quiero apoyarme en las palabras de Rama: “en el campo de la cultura literaria, el resplandor de la línea iniciada por Baudelaire con el negativismo que apareció sorprendentemente a sus contemporáneos, y que se intensificó por el camino de los llamados los poetas malditos o por el de los refinados turrieburnistas que se distanciaban de la realidad”[4]. Ángel Rama  se refiere aquí a los poetas que dejaron de hacer “poesía bonita” e hicieron “poesía real” con problemas universales que afectan a todas las personas por igual, como diría yo, “poesía social”.  
Lissette Cubillos.




[1] Véase Ángel Rama, “Rubén Darío y el Modernismo”, Editorial Alfadil Ediciones, Barcelona, 1985, pág. 9.
[2] Véase Ángel Rama, Ibídem, pág. 10.
[3] Véase Ángel Rama, Ibídem, pág. 11.
[4] Véase Ángel Rama, Ibídem, pág. 21.

El poeta creador y formador

Abraham Valdelomar es un completo escritor,  reconocido como uno de los principales cuentistas peruanos, tuvo una trágica muerte en la ciudad de Ayacucho el 2 de noviembre de 1919.
Sin duda “Elogio” es un poema de sentido literal, pues en él vemos la declaración explícita de la admiración hacia la figura del poeta, no solo como un ente que utiliza un lenguaje retórico, sino como un ser casi divinizado, creador de alegrías tanto para las personas, como para la misma naturaleza.
Es aquí donde existe la intertextualidad con Huidobro. La concepción del poeta chileno que eleva a un “pequeño Dios” al vate, no se aleja tanto de la visión que Valdelomar proyecta en su poema. Basta con comparar algunos versos; “Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas!/ Hacedla florecer en el poema”[1], mientras que, el escritor peruano, avala al poeta como manipulador de lo creado de la siguiente forma: “[…] y yo vi ante tus versos la brisa sonreír,/ En el floreal de entonces cantaste a Primavera,/ y hoy es la Primavera, ¡la que te canta a ti!”.[2] En ambos poemas, los autores señalan a la naturaleza, supuesta creación de un dios, sometida a las habilidades y encantos del poeta.

Sin embargo, la figura del poeta estigmatizada solo como un portador de “el ensueño de canción en canción”[3] o de un manipulador de la naturaleza es, de cierto modo, tan negativa como encasillar a una obra literaria como producto de entretención. Pues el poeta es mucho más que eso, es más que un portador de coronas del laurel de hadas, es más que un montón de retórica estereotipada, es más que la creación de un “nuevo anacreón”. El poeta debe incitar a la reflexión por medio de la hermosura, debe demostrar a través de la poesía que existen muchas formas de abordar una realidad, y muchas maneras de interpretar una misma línea, que “[…] no hay caminos constantes…”[4] solo deambulaciones necesarias. 
La figura del letrado se somete constantemente a los cambios actuales, al movimiento del mundo desarrollado, a lo largo de la historia los tópicos han cambiado, las adulaciones solo son un medio para obtener lo que se desea y no una forma de expresar el verdadero valor de algo o de alguien. Es la tarea que debe permanecer viva en el poeta, debe ser responsable y capaz de crear mundos nuevos y cuidar sus palabras, pues “el adjetivo, cuando no da vida mata”, dice Huidobro. Es importante exterminar la adulación y dar paso al elogio, destacar méritos, el vate tiene los suyos, debe encargarse de que, quien está leyendo detrás de sus obras, sea capaz de encontrar los propios gracias a la intertextualidad y a lo implícito, el poeta debe ser el génesis de la nueva belleza, pero también debe estar capacitado “para sacar a luz lo frío y sombrío del alma”.[5]
Se debe apreciar en la poesía, el toque sutil y casi etéreo del amor, no solo pasional, también por todo lo que existe, además, debe haber un toque sustancial de crítica consciente, una expresión comprometida de un ideal, pues el arte es la expresión máxima de lo que es el ser humano, como nos recuerda Abraham Valdelomar; el  arte, el talento y el amor están unidos, de alguna forma, por un simbólico laurel.  
Yaritza Echeverría


[1] Ver en Huidobro, Vicente. “Arte poética” Disponible en http://www.vicentehuidobro.uchile.cl/poema6.htm, 10 de Julio de 2012.
[2] Valdelomar, A. “Elogio”. Disponible en http://www.diarioinca.com/2008/09/elogio-poema-de-abraham-valdelomar.html, 10 de Julio de 2012
[3] Valdelomar, A. “Elogio” Ibídem.
[4] Martí. J. “Prólogo al Poema del Niágara” de Juan Antonio Pérez Bonalde. Revista de Cuba, tomo XIV. 1883. En Obras Completas. Tomo 7. Págs 223 a 238.
[5]Cfr., Martí, J. Escenas Norteamericanas. Disponible en http://es.scribd.com/doc/10488787/Jose-Marti-Escenas-norteamericanas Pág. 24. 13 de Julio de 2012.

Poesía hecha frivolidad


Manuel Gutiérrez Nájera nació en el año 1859 en Ciudad de México, donde se asentó de por vida. No es extraño que a raíz de lo mismo haya escrito “La Duquesa Joben el año 1884 basándose en los lugares específicos que solía frecuentar.
Nájera es conocido como uno de los propulsores del Modernismo, esto se hace notar puntualmente en las publicaciones que sacaba a la luz en la revista “Azul” que se convierte en el principal órgano de difusión del Modernismo en México.
En el poema La Duquesa Jobel autor hace un relato descriptivo sobre la vida que se lleva a cabo en los círculos frívolos y elitistas de Ciudad de México. En dicho relato se nos comenta cada uno de los lugares que él mismo frecuentaba en su vida cotidiana, junto con la perspectiva que él tenía sobre la “Duquesa Job”. La duquesa, era una mujer coqueta y muy típica de la aristocracia, una mujer con rasgos perfectos y figura provocadora que la hacen merecedora del corazón del “Duque Job” que no es otro personaje más que el mismo Nájera, pues dicho nombre es el seudónimo utilizado más recurrentemente por nuestro poeta. Así como los lugares y los hechos que se enfrascan en nuestro poema, nos encontramos con que la duquesa es también real, una mujer de carne y hueso de la que Nájera se ha prendado.
La descripción de la ciudad es bastante similar a lo que podríamos reconocer como un pedacito de Europa,  de hecho en aquella época se decía que la ciudad había tomado un tinte afrancesado en casi todo aspecto: en su arquitectura, gastronomía, moda, pensamiento y literatura. Nájera se va desarrollando dentro de este ambiente, esto es lo que produce que su obra tenga tan plasmado ese sello característico de los intelectuales letrados[1] del viejo continente. Esto nos hace recordar lo que el crítico cultural Ángel Rama  plantea a propósito de la contraposición entre “ciudad real” y “ciudad letrada”, definiendo el espacio donde asentar el accionar simbólico de la elite intelectual.
Algo que llama mucho la atención en este poema es que, a pesar de que México posee una gran variedad de lugares ricos en cultura latinoamericana, tan propia de nuestros pueblos originarios es ínfima la relación con esas culturas que se establece, por no decir nula. Es como si de algún modo el autor se desprendiera por completo de sus raíces y deseara solo arraigar las doctrinas europeas, esto se ve reflejado en la siguiente estrofa:
“Desde las puertas de la Sorpresa[2]
hasta la esquina del Jockey Club,
no hay española, yankee o francesa,
ni más bonita, ni más traviesa
que la duquesa del duque Job.”
Otra cosa que resalta son los rasgos de la duquesa Job, que no tienen nada que ver con la mujer típica latinoamericana:
"Ágil, nerviosa, blanca, delgada,
media de seda bien estirada,
gola de encaje, corsé de ¡crac!,
nariz pequeña, garbosa, cuca,
y palpitantes sobre la nuca
rizos tan rubios como el coñac."

Sin duda en esas líneas se describe a alguien que está fuera de los parámetros que engloban las características originales de los latinoamericanos, así como también cumple con todas las características que necesitaba tener una mujer propia de la “Belle Époque”.
Para finalizar solo nos queda decir que a pesar de que al leer los versos de este poema puedan sonar gráciles o hermosos, dentro de la composición hizo falta la sangre latina, la sangre guerrera que nos hace acreedores de la pasión casi violenta que nos caracteriza por la fortaleza y el empuje que se necesita para no bajar la cabeza ante nada ni nadie, para mantenernos firmes en nuestras ideas y convicciones, en nuestras raíces y costumbres que tanto tiempo fueron enraizadas por nuestros ancestros, que debieron cincelar la historia a punta de sangre y lágrimas para que nosotros, sus sucesores jamás olvidáramos quiénes somos ni de  dónde venimos.

Valentina Medina.





[1] Cfr. Ángel Rama en La Ciudad letrada, Ediciones Del Norte, Ciudad de México, 1984, pàg.63.
[2] Es interesante constatar que uno de los puntos de referencia  de este poema tiene que ver con este almacén de ropa y novedades que pertenecía a la firma francesa A. Forcaude y Compañía. Que reafirma la postura proeuropea de la voz lírica. 

La identidad, una loa del ego al poeta.

“¡Pasajero, detente! ¡Este que traigo de la mano no es zurcidor de rimas, ni repetidor de viejos maestros, –que lo son porque a nadie repitieron, –ni decidor de amores, como aquellos que trocaron en mágicas cítaras el seno tenebroso de las traidoras góndolas de Italia…!”[1] Quien va de la mano de Martí, no es distinto a quien reside en el jardín de cualquier palacio real, sea en Versalles, en la Francia del siglo XVIII o quizás en Irlanda del Norte, deleitando a la reina Isabel II en pleno siglo XXI. Los años dejan huellas imborrables, en el cuerpo y el espíritu, y aunque nuestra construcción es, en parte, la construcción de nuestros antepasados, claramente nuestro contexto es radicalmente distinto. Sin embargo, hay algo que nos hace iguales y es la búsqueda de la identidad.
Vamos recorriendo la vida, imaginando encontrar lo que tanto anhelamos. Atesoramos experiencias, otras simplemente las olvidamos, nos topamos con personas que transitan por los mismos senderos que nosotros, buscando el mismo ansiado sentido de pertenencia, de tanto recorrer con los pies y la mente, transitamos por tantos mundos, por tantos universos, por tantos lugares que muchas veces no nos detenemos para valorar lo hermoso que nos rodea y, solo lo hacemos cuando tenemos hambre o estamos cansados. Detenerse por necesidad probablemente sea el gran error, pues se desconoce el lugar en que Morfeo visitará nuestra mente y, en consecuencia; la fatiga a nuestros músculos. Puede ser la ciudad, algún planeta desconocido o un jardín. Sin duda corremos un gran riesgo.
Y… ¿Qué hace especial a un jardín? Quizás sea la decoración, la cantidad de cisnes que vivan en la laguna, o tal vez Darío esté en lo correcto y lo que hace particular a un jardín sea su dueño. Entonces; ¿qué es lo que hace especial a una ciudad, a un siglo, a un contexto? Los hechos sociales, los avances tecnológicos, las grandes catástrofes, o los protagonistas de todas ellas. Y en cada siglo, con cada cambio hay que buscar la adaptación y el sentido de pertenencia, y en cada jardín hay que adecuarse a los requerimientos del dueño.
Rubén Darío expresa de forma brillante la búsqueda de la identidad perdida, lo condicionada que está la personalidad, el rol del poeta. Describe realmente, al poeta como persona crítica y a la vez sumisa, pues, aunque se busca la expresión de las ideas (necesariamente de forma implícita) se continúa a merced del prejuicio social, de la opinión de los poderosos.
Y no cabe duda que la figura del letrado siempre se ha buscado menoscabar, podríamos pensar, que de la forma en que el rey (por asesoría de alguien más) envía al poeta al descuido del jardín, (el cual particularmente sirve para decorar) de forma muy parecida, las figuras de poder autoritario, han enviado al letrado al patio trasero de las prioridades nacionales, no solo metafóricamente, también de forma literal, ordenando la quema de libros, censurando las editoriales y, en el caso de la Alemania Nazi, arrasando con librerías completas solo por ser propiedades de las llamadas razas no arias. 
Entonces, qué tan importante es la individualidad, comprendiéndola como el principal motor de la identidad o más bien, de la personalidad en este gran mundo globalizado, donde los gustos a diario, se intentan homogeneizar. ¿Cuánta es la importancia de las referencias que posee el lector, cuánto condicionan estas, la comprensión de la obra del poeta desterrado al frío y punzante olvido? Si en algún momento, creímos que no importaban los libros que antecedían al presente, estábamos muy equivocados, pues “cada lector lee un texto utilizando unos modelos de coherencia basados en las experiencias de la vida en general y, más particularmente, en las lecturas anteriores.”[2] Cada poeta fue construyendo su propia identidad y a la vez, condicionando la de los que se formarían posteriormente. Es por eso, que en la búsqueda (que más bien es una especie de batalla metafórica) descrita por Darío, el poeta se mide “con un gigante” y, a diferencia de lo que señala Martí en el “Prólogo al Poema del Niágara” sí sale herido. Ha perdido la batalla frente a la filosofía y no ha podido salir con la lira “bien puesta sobre el hombro”. Pero qué más se puede esperar, en un mundo donde solo importa “llenar bien los graneros de la casa”, el amor por la palabra como simbolismo, yace sepultado tan hondo, que ni un holocausto apocalíptico podría rozarla. La retórica parece no decir nada que la sociedad desee escuchar, pues es el “momento del asombro y del desencanto, de la inquietud: es la hora de la filosofía”.[3]
El movimiento precipitado del mundo globalizado, solo busca resultados, intenciones, es por esto que se desplaza la importancia de la poesía, pues se cree que solo tiene una lectura pasiva, con denominaciones sin significación o justificaciones. Se ignora que no solo la filosofía incita a una lectura activa, no solo ella expresa un mundo de reflexiones.
Pero, retomando la pérdida del poeta o, más bien de su identidad como precursor de grandes cambios, como constructor de ideologías y de mundos, empuñador de la palabra como único medio de defensa y de creación, pues “El lenguaje es el ser del hombre…, la apertura de la trascendencia”.[4] Solo lo verdaderamente importante resiste  al paso de los años, la identidad del literato se ha querido destruir por la conveniencia de de unos pocos, se ha querido presumir de logros inexistentes, cuando el principal está en manos de los grandes letrados: formar entes racionales, capaces de criticar lo injusto y hacer algo por ello, capaces de pronunciarse frente a un rey que los desea expulsar del lugar que les corresponde, que les quiere quitar el poeta que vive en su interior. Si permitimos que esto pase, nos esperará el mismo final que al poeta del Rey Burgués.
“Y cuando cayó la nieve se olvidaron de él, el rey y sus vasallos; a los pájaros se les abrigó, y a él se le dejó al aire glacial que le mordía las carnes y le azotaba el rostro…”[5] Triste final para algo tan valioso. Lamentablemente, lo que muchos olvidan, y lo que el poeta del rey olvidó al parecer… Es que tiene más valor un espíritu libre, decidido y lleno de amor, que ha sabido diferenciar el sentido de pertenecer a algo a, las simples adulaciones que el ego manifiesta a la identidad, esa falsa altivez que es más bien una loa al espíritu libre del vate, la cual  lo vuelve una figura sumisa, sin ambiciones y rodeada de temor.
La búsqueda de la identidad es un error, no hay nada nuevo que encontrar, se debe hallar la verdadera pertenencia del escritor, la que se ha querido ocultar por mucho tiempo, y es la de ser un ente activo en la formación de la sociedad, de los ideales, de las reflexiones, pero sobretodo, de la vida de cada persona, pues es un derecho que se debe tomar, aunque sea por medio de la llamada valentía cívica. Martí describe este derecho, y lo enriquece, agregando que “el mérito no está en el éxito del acometimiento, sino en el valor de acometer.”[6] Tenemos el derecho (casi deber) de luchar por nuestro sentido de pertenencia, por decidir quiénes nos influenciarán, dónde queremos detenernos a descansar o comer, a quién queremos divertir, con quién deseamos compartir nuestro camino, pero sobretodo, tenemos el derecho a pensar libremente, pues si no lo hacemos, podremos morir imaginando supuestos que pudieron ser realidades.



Yaritza Echeverría


[1] José Martí. “Prólogo al Poema del Niágara” de Juan Antonio Pérez Bonalde.
[2] José Antonio Hernández Guerrero. “Teoría, Crítica e Historias Literarias” Página 4. Universidad de Cádiz.
[3] Georges Gusdorf “La palabra”. Página 21.
[4] Georges Gusdorf “La palabra”. Página 14.
[5] Rubén Darío. “El rey burgués”.
[6] José Martí. “Prólogo al Poema del Niágara” de Juan Antonio Pérez Bonalde.